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NOTAS

Masanobu Fukuoka y la sabiduría de la simpleza

  • Foto del escritor: ECOlógica
    ECOlógica
  • 3 oct 2018
  • 6 Min. de lectura

Inspiró a muchos horticultores a producir en simbiosis con la naturaleza y sentó las bases para que su sistema contribuya a generar alimentos en zonas de desertificación. Fukuoka interpeló los mecanismos actuales de la agricultura y propuso a fuerza de conocimiento científico y pensamiento filosófico un modo de cooperar con el medio en ambiente en vez de intentar superarlo.


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“El objetivo final de la agricultura no es producir cosechas, es más bien el cultivo y la perfección de los seres humanos”. La frase es de Masanobu Fukuoka, impulsor de un método de agricultura natural que plantea una fuerte simbiosis con la naturaleza. Este agricultor y biólogo japonés aseguraba, en el marco de lo que definía como “la sabiduría de la simpleza”, que “no importa como resulte la cosecha, tan solo siembra la semilla y cuida las plantas y la tierra. Lo vas a disfrutar”. Con el paso del tiempo influyó a una gran cantidad de agricultores con técnicas que permiten a la tierra hacer la mayor parte del trabajo y mantenerse de esa forma en armonía con ella.

Fukuoka nació el 2 de febrero de 1913 en la ciudad de Iyo, Prefectura de Ehime. Su padre era alcalde y dueño de una buena extensión de tierra de explotación agraria, razón por la que el joven Masanobu parecía predestinado a dedicarse a esos menesteres. Y es así que estudió en el Instituto Agrario de la Prefectura de Gifu donde aprendió la fitopatología y la microbiología. Los conocimientos adquiridos le permitieron profesionalizarse como inspector en las aduanas de Yokohama.

Esa tarea fue interrumpida en 1937 cuando sufrió una fuerte neumonía que lo mantuvo inactivo durante un largo período. El tiempo de reposo, lejos de detenerlo, lo capitalizó para reflexionar sobre los métodos de cultivo que le habían sido enseñados desde su infancia. Allí comprendió, a partir de sus conocimientos científicos y el pensamiento filosófico, que las cosas deberían cambiar y decidió volver a su granja familiar. “Los problemas emergen cuando la gente piensa que puede mejorar la naturaleza”, escribió Fukuoka en su más famoso libro “La revolución de una brizna de paja” donde propone imitar los procesos de la naturaleza lo más que se pueda y cooperar con ella en lugar de intentar superarla.

La Segunda Guerra Mundial también influyó de alguna manera en la búsqueda del pensador japonés. No solamente porque tras la contienda abandonó su puesto en la Estación de Investigación de la Prefectura de Kochi, donde llegó a ser investigador jefe de Control de Insectos y Enfermedades, a cargo de un proyecto para mejorar la producción agroalimentaria durante la contienda. Si no también, y fundamentalmente, por las leyes de posguerra en las que la autoridad estadounidense, en pos de acabar con el latifundismo, forzó una redistribución de las tierras de cultivo, lo que dejó a la próspera familia de Fukuoka con una pequeña parte de lo que tenían. Los métodos que comenzaría a implementar llegaron a calificar su granja como la más productiva del mundo por metro cuadrado.

Las técnicas implementadas por Fukuoka proponen una interpelación al sistema de producción actual que está excesivamente condicionado por la mecanización, por el transporte a grandes distancias y por el control genético de las multinacionales. Un sistema basado en los monocultivos, y marcado por una sobreexplotación que conduce a que se tiren los excedentes hortícolas, a que desaparezcan las variedades locales y a que el suelo se deteriore cada vez más. Es por eso que, este agricultor japonés fallecido en 2008 en su ciudad natal, influyó a sistemas como el de la Permacultura e inspiró a la Organización de las Naciones Unidas (ONU) en su proyecto contra la desertificación que entró en vigencia en 1996.

Fukuoka, que aseguraba que hay pocas prácticas agrícolas que son realmente necesarias, plantea cinco puntos básicos para su modo de producción natural. Contraindica el arado, los fertilizantes, los herbicidas, los pesticidas y la poda de árboles frutales.

El arado porque modifica negativamente las condiciones del suelo, sobre todo si se utiliza maquinaria. Los fertilizantes porque que la propia naturaleza con su biodiversidad logra el mismo objetivo sin la utilización de químicos. Para el caso propone la paja, el abono verde o el excremento de gallina para sustituir los abonos comerciales. En cuanto a la eliminación de las malas hierbas recomienda la implementación de animales que causen una mínima molestia al cultivo en reemplazo de los herbicidas, y aclara que la maleza decrece cuando se abandona el laboreo. Además, sobre el empleo de pesticidas sostiene que la presencia de una variedad de insectos y de otras especies animales puede lograr ese efecto sin necesidad de tales productos, generando un entorno equilibrado para que las plantas crezcan vigorosas. Y por último afirma que la poda de los árboles frutales es innecesaria y que hay que dejar que crezcan como lo harían en estado salvaje, respetando los ciclos naturales del ecosistema.

“Cometí errores en el pasado, pero en verdad no son errores si no pistas que me ayudan a coexistir con la naturaleza”, expresó Fukuoka como una muestra de su filosofía de vida. En su constante ensayo y error implementó un método, que le dio muchos resultados, que consiste en introducir la semilla en una pequeña bola de arcilla de tres centímetros. En cuanto llueve, esas esferas quedan deshechas y el trabajo de plantado queda realizado. De esta manera el agricultor consiguió proteger el grano de las aves.

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Además del cultivo principal, en la bola de arcilla se colocan más semillas de otras plantas específicas. Éstas saldrán antes y harán las veces de protección. La necesidad de arar se disipará porque, cuando llegue la siguiente cosecha, estas plantas secundarias, se convertirán en abono natural, con nutrientes, minerales y la humedad ideal. También impedirán que lleguen malas hierbas.

Una vez que se realiza la cosecha, los vecinos de Fukuoka, con sus métodos modernos y la utilización de maquinaria queman la paja residual en sus terrenos. En cambio él considera la paja como un recurso, por lo que después de trillarla la desparrama por el campo como un cobertizo para controlar la maleza y devolver la fertilidad a la tierra. “Descubrí que funciona mejor si la paja es esparcida en cualquier dirección como si hubiese caído al suelo naturalmente. La paja en descomposición también beneficia la germinación del arroz. Es una de las técnicas más valiosas para los horticultores porque aísla el suelo contra los extremos de calor y frío, conserva el agua, reduce el crecimiento de la maleza y en última instancia se pudre formando humus”, explica.

El nulo impacto negativo en el medio ambiente y la calidad de su producción son el resultado de los métodos de Fukuoka. Pero también lo es la buena cantidad en sus cosechas, al punto de que el propio gobierno de Japón llegó a pujar, sin éxito, por su receta del arroz. Sus procesos son imitados en zonas de desertificación con programas desarrollados por la ONU en regiones críticas respecto de la falta de alimentos para sus habitantes.

En “La revolución de una brizna de paja” Masanobu Fukuoka escribe: "En mi juventud, ya estaba persuadido de que las plantas crecen por su cuenta y no requieren de un trabajo de cultivo. Sin embargo, durante una primera etapa, creí que debía dejar que la naturaleza siguiera su curso. Pero si uno sigue ese criterio de forma repentina, las cosas empiezan a complicarse muy pronto. Eso equivale al abandono, y no tiene que ver con la agricultura natural. (...) Fui encaminándome hacia la ruta del no hacer en las tareas agrícolas (...) Al final, comprobé que no era preciso arar, ni emplear abono, ni hacer compost, ni recurrir a pesticidas. A medida que iba profundizando, comprobé que son pocas las prácticas agrarias realmente necesarias. En realidad, técnicas mejoradas por el ser humano parecen necesarias, pero ello se debe a que el equilibrio natural ha sido alterado de una forma tan grave por esas mismas técnicas que la tierra se ha hecho dependiente de ellas".

"Cuando las ramas de un árbol crecen naturalmente, se extienden alrededor del tronco y las hojas reciben de forma uniforme la luz solar. Cuando rompemos esa tendencia, las ramas pierden esa pauta, se superponen y se enredan, con lo cual se marchitan las hojas allí donde no alcanza la luz. Esto provoca la llegada de los insectos, y convierte la poda en imprescindible al año siguiente, si no queremos que se sequen más ramas. (...) Al entrometerse, los humanos se equivocan. El daño que han causado ya no tiene remedio, pero van acumulándose las complicaciones, y siguen trabajando sin descanso para corregirlas."

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Los críticos sostienen que sus métodos son muy sofisticados, necesitan de un importante grado de conocimiento científico, del que muchos horticultores carecen, y que la transición desde los métodos habituales al método Fukuoka acarrea un descenso en la productividad. Sus seguidores plantean que se deben conocer los principios de una explotación sostenible a largo plazo, y en tal sentido, no olvidar que este sistema influye decisivamente en la calidad de frutas y hortalizas.


Nota: Lisandro Contreras

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