top of page

NOTAS

Agroquímicos: la quimera del uso responsable

  • Foto del escritor: ECOlógica
    ECOlógica
  • 13 nov 2018
  • 7 Min. de lectura

Actualizado: 13 dic 2018

Argentina produce la mitad de soja que Estados Unidos, sin embargo utiliza más agroquímicos que el país del norte. Un modo de producción que está muy arraigado culturalmente y que genera controversias respecto del impacto en la salud de la población y en la calidad de los alimentos. En contraposición Alemania busca eliminar su uso mientras las empresas defienden la “inocuidad” de sus productos.

ree

Los agroquímicos están en permanente debate a nivel mundial. Entre la productividad y la salud pública se plasma un delicado equilibrio para defensores y detractores en la que el Estado hace las veces de un árbitro que casi siempre, en nuestro país, es poco eficaz y parcializado. El fallecimiento de Fabián Tomasi hace un par de meses volvió a instalar la problemática. Tenía 52 años y sufría polineuropatía tóxica severa, que causa una disfunción del sistema nervioso, y atrofia muscular generalizada, lo que lo obligaba a estar postrado en su casa. Su caso se convirtió en emblema de los trabajadores rurales que padecen las graves consecuencias del contacto cotidiano con ese tipo de químicos. Pero hay también otras aristas que preocupan como los límites de su utilización de acuerdo a la cercanía con zonas pobladas y la calidad de los alimentos que consumimos. Hay otras noticias que llegan desde el mundo que dan respuestas a esas cuestiones pero que son menos taquilleras al momento de la reproducción en los medios.

De acuerdo a datos brindados por la Cámara de la Industria Argentina de Fertilizantes y Agroquímicos (Ciafa), en Argentina durante el año pasado se vendieron 3,8 millones de toneladas de estos productos. Convirtiéndose así en el país con mayor consumo del mundo a razón de 4,3 litros por persona que, si se compara con Estados Unidos donde la proporción es de 0,42 litros por habitante, el número asombra mucho más. En tal sentido, Karina Miglioranza, Doctora en Ciencias Biológicas y Directora del Laboratorio de Ecotoxicología y Contaminación Ambiental del Departamento de Ciencias Marinas de la Universidad Nacional de Mar del Plata señala que “un punto importante a tener en cuenta es que Argentina es el tercer productor mundial de soja. Y tercer exportador mundial, siendo EEUU el primero y Brasil el segundo. De las 25 millones de hectáreas que se utilizan para la cosecha, el 62% de los agroquímicos se utiliza exclusivamente para la soja. Después, un 18% para el maíz y el resto para lo demás. Si bien son datos no menores, también hay que aclarar que nuestro país presenta el mayor porcentaje de uso de glifosato a nivel mundial. Es decir, aún con EEUU produciendo casi el doble que Argentina, en proporción nosotros utilizamos mucho más”.

Miglioranza, que además es investigadora del CONICET y pertenece al Instituto de Investigaciones Marinas y Costeras cuenta que hace 25 años que trabaja en esta temática profundizando en el estudio de la contaminación de estos compuestos en cuencas de tipo agrícola, principalmente, y algunas relacionadas con centros urbanos, afectadas por sus diferentes usos y los posibles efectos en los organismos, como el cordón frutihortícola de Laguna de los Padres. “Los estudios los llevamos a cabo en suelo, aire, agua, sedimentos, plantas y animales”, detalla.

“Se trabajó también en el impacto de los usos de la tierra sobre la ecología acuática. La tarea consistió en utilizar a los peces como biomonitores, ya sea en las cuencas de la Laguna de Los Padres, Mar Chiquita, Río Negro y Río Quequén Grande, entre otras. Actualmente se están desarrollando estudios también en Misiones, y en lo relacionado con las yerbateras, y cultivos de té”, explica esta Doctora en Ciencias Biológicas que fue becaria en el laboratorio del Dr. Stefan Trapp en Dinamarca, quien la inspiró a desarrollar estas investigaciones. Agrega que “uniendo esfuerzos con otros grupos de investigación, como por ejemplo con el grupo de Hidrogeología también perteneciente a nuestra facultad, vimos el impacto de todos estos compuestos en el agua subterránea. Durante los últimos años hemos trabajado en temas relacionados al impacto de agroquímicos en colmenares de abejas y así también en aves tanto acuáticas como terrestres. Eso nos ha permitido extendernos a diferentes zonas de Argentina: partes de La Antártida y en las Islas Shetland; y algunas otras en la laguna de Mar Chiquita”.

ree

Pero, ¿qué sucede en el resto del mundo? Hace unos meses llegó desde Estados Unidos la noticia de que por primera vez un fallo judicial vinculó al glifosato con el cancer. Es el caso de un jurado de San Francisco que ordenó a la multinacional Monsanto a pagar casi 290 millones de dólares en daños a Dewayne Johnson por no advertir de que su herbicida era cancerígeno. La víctima había desarrollado un linfoma no Hodgkin incurable que, según su denuncia, apareció tras utilizar los productos de la compañía en los terrenos escolares de la ciudad de Benicia, en California, razón por la que demandó al gigante agroindustrial.

Aunque el juez encontró que la compañía actuó con "malicia" y que su herbicida Roundup, y su versión profesional RagenrPro, contribuyó "sustancialmente" a la enfermedad terminal de Johnson, la respuesta de la compañía sostiene que "la decisión no cambia el hecho de que más de 800 estudios y revisiones científicas, y conclusiones de la Agencia de Protección Ambiental de EE.UU., los Institutos Nacionales de Salud de los EE.UU. y las autoridades reguladoras de todo el mundo, respaldan el hecho de que el glifosato no causa cáncer, y no causa el cáncer del Sr. Johnson". Sin embargo, el caso se basó en las conclusiones del Centro Internacional de Investigación del Cáncer, un organismo dependiente de la Organización Mundial de la Salud (OMS), que desde 2015 catalogó al glifosato como "probablemente cancerígeno".

El caso de Alemania, en cambio, tiende a resolver el tema desde el punto de vista institucional con una fuerte regulación en la utilización de agroquímicos. El gobierno germano presentó un plan para que los agricultores dejen de utilizar en forma progresiva el glifosato del que afirman que perjudica la biodiversidad. Para eso los productores que pretendan utilizar ese tipo de insumos deberán garantizar que dejan libre de esas sustancias un mínimo de hábitat herbáceo para la protección de fauna y flora. De esta manera el gobierno teutón se despega de la decisión que la Unión Europea tomó el año pasado de renovar la licencia de esos productos por cinco años.

En Argentina que, como ya fue mencionado anteriormente, es un país que está al tope del consumo de agroquímicos, el gobierno presentó este año un programa “sobre buenas prácticas” que comprende 12 principios y 23 recomendaciones que promueven un uso ampliado de estas sustancias y que pretende ser el puntapié para una ley nacional. Los sectores que reclaman una mayor regulación prendieron luces de alerta cuando advirtieron que el documento está elaborado con buena parte de la bibliografía y los folletos que Monsanto y otras empresas de pesticidas distribuyen para difundir sus productos. Además, durante la presentación, el ministro de Ciencia y Tecnología (cartera hoy degradada a secretaría) Lino Barañao realizó comparaciones llamativas: “¿cuál es el problema con los fitosanitarios, los agroquímicos, respecto de otras tecnologías que también tienen efectos nocivos como la electricidad, el automóvil, que también producen muertes? Es que todos asumimos el riesgo porque nos sentimos beneficiarios. Todos pensamos que el auto puede sufrir un accidente, podríamos morir, pero yo puedo tener o quiero tener un auto. En el caso de los agroquímicos, parecería que se beneficia sólo el productor y que el ciudadano común sufre las consecuencias nocivas. Entonces esa asimetría entre el beneficio y el riesgo hace que se tenga una posición hostil hacia el uso de agroquímicos”.

Las comparaciones del funcionario para minimizar el factor peligroso de las sustancias en cuestión fueron más allá:"sabemos que los antibióticos salvan millones de vidas pero que si se aplican inadecuadamente pueden tener consecuencias fatales”. Aunque para finalizar reconoció que para los exportadores generó ciertos problemas: "se ha encontrado glifosato en miel. Y hay partidas que fueron rechazadas porque presentan cantidades mayores a las permitidas".

En tal sentido la doctora Karina Miglioranza sostiene que “existen diferentes leyes que deberían ser cumplidas para un uso responsable de los agroquímicos. El problema que ocurre es que muchas veces eso no sucede. Lo importante es ver de qué manera uno, como miembro de la sociedad o desde el mundo científico, puede aportar para que esos controles sean eficientes para un desarrollo sustentable. Nosotros buscamos darle una ayuda a eso. Por ejemplo, hay un pedido que nos hizo la Cámara de Diputados solicitando un informe sobre el uso de plaguicidas para la producción de alimentos y el impacto colateral adverso en la salud humana y ambiental. Trabajamos para responder a ese tipo de inquietudes. Esa es nuestra relación con el Estado, la de estar presentes cuando nos necesiten. Trabajamos con INTA, INTI, SENASA, Ministerios y Secretarias y demás grupos, es todo un trabajo articulado”.

Sin embargo, la investigadora del CONICET destaca como la sociedad se ve movilizada ante esta problemática: “notamos que desde diferentes sectores, hace unos años que la palabra “agroquímico” tomó mucha más relevancia. Quizás porque empiezan a aparecer las explicaciones a muchos síntomas que antes no tenían causa. La gente tiene una necesidad de respuesta y defensa ante el avance de la agricultura en la parte urbana. Y eso está en estrecha ligazón con lo que respecta a los cinturones periurbanos. Antes estaban los campos por un lado y las ciudades por el otro, pero ahora hay una mezcla, hay sitios de transición en donde los centros urbanos avanzan, y viceversa, entonces muchas veces no se respetan las zonas que se necesitan libres para aplicar agroquímicos y que éstos no afecten la salud de las personas”.

¿En qué áreas se registró el mayor impacto?

Seguimos monitoreando, pero los niveles más altos que hemos encontrado estaban en la cuenca de Río Negro. Niveles altos en grupos de los DDT, endosulfán, tanto en suelos, en peces, en aire, en todos lados. También encontramos niveles altos de contaminantes en la Laguna Mar Chiquita de Córdoba, diseminados en diferentes tejidos del pejerrey.

¿En qué situación está el presupuesto que les destinan para cada investigación?

Lamentablemente hubo un gran recorte en los últimos dos años. Eso se ve reflejado tanto en el ingreso de becarios e investigadores científicos al CONICET y otras instituciones, y en la entrega de subsidios. Lo que sucede es que si bien se mantiene el presupuesto, el aumento de los insumos (que están dolarizados) nos termina por generar una pérdida en relación a tiempos anteriores. Todo eso llevó a que existan recortes de todos lados. La realidad es que tenemos que trabajar con mucha voluntad y vocación, sino sería muy difícil.

¿Cuál es el punto de equilibrio entre el cuidado de la salud pública y un modo de producción que cada vez parece más dependiente de los agroquímicos? ¿Es posible aplicar la política de eliminación gradual que propone hoy Alemania? ¿Mejoraría la calidad de los alimentos? ¿Provoraría un efecto negativo en los niveles de producción y/o rentabilidad? ¿Los trabajadores rurales podrían tener mejores condiciones que disminuyan el riesgo? Son preguntas que quedan en el aire para ser respondidas con el tiempo. Aunque ya sea tarde para Fabián Tomasi, el tema se va instalando con fuerza en una sociedad que cada vez cuestiona con mayor potencia y mira con atención las respuestas que traerán las políticas que se aplican para regular este mercado.


Nota: Lisandro Contreras

Entrevistada: Karina Miglioranza, investigadora independiente del CONICET, doctora en ciencias biológicas.

Entrevista: Branco Troiano

Fotos: Martín Salerno

Comments


Revista ECOlógica © 2018. Todos los Derechos Reservados.

  • Facebook - White Circle
  • Instagram - White Circle
bottom of page