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NOTAS

Hacer compost en casa o el placer de convertir residuos en vida

  • Foto del escritor: ECOlógica
    ECOlógica
  • 26 feb 2018
  • 8 Min. de lectura

Actualizado: 2 mar 2018


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La vida urbana moderna y el consumismo provocaron en estos últimos años cambios contundentes en la cantidad y calidad de los desperdicios que generamos. En muchos lugares, la “basura” comenzó a ser un “problema” cada vez más grande. Para muchos, la situación se limita a “sacar” la bolsa en la calle y que otro se haga cargo, sin siquiera preocuparnos por una correcta separación básica, entre residuos húmedos y secos.

Muchas personas comenzaron a desandar el camino, analizando que mucho de lo que tiramos en nuestro “tacho” no es basura, que los desperdicios que generamos son nuestros y que, por ello, debemos ser mucho más responsables de ellos.

Hay muchas formas de comenzar a hacernos cargo de, al menos, una parte de nuestros residuos. Una, intentar generar menos, otra, cumplir con la sencilla tarea de separar lo que realmente consideramos basura de lo que puede ser reciclado o reutilizado –metales, plásticos, cartones, vidrio- y, un tercer paso es contribuir al ciclo de la vida, ayudar a que parte de nuestros residuos, los orgánicos, vuelvan a ser tierra.

Ese proceso se llama compostaje, es muy sencillo de practicar a pequeña escala y tiene cada vez más adeptos. Solo es cuestión de modificar algunos hábitos.

No hay una única forma de hacerlo, tiene varias escalas –desde un pequeño recipiente en un balcón, hasta un gran pozo en un jardín o un envase comercial fabricado especialmente con ese fin-. Las experiencias son numerosas y, todas, positivas.

La red está llena de información, planos, esquemas, consejos, tablas útiles para tener en cuenta a la hora de embarcarse en esta posibilidad de transformar residuos, en vida. Para mostrar que es una tarea posible, enriquecedora, útil y consciente, esta revista recurre a testimonios de muchas personas de distintas edades, que –unas más, otras menos- hace tiempo comenzaron a compostar sus residuos y contaron, sus motivaciones, experiencias y secretos.

Todos coinciden en la satisfacción de probar –probarse- que se puede generar menos basura, sentir que se está aportando un pequeño grano de arena a cuidar la casa común observar, en sus macetas, jardines y huertas, el agradecimiento de la naturaleza devolviendo plantas y cultivos más sanos y vitales.

Entre las personas consultadas, Vanina es una de las más “veteranas” en esta práctica de compostaje. Hace 20 años, a partir de una propuesta de la revista de Greenpeace, comenzó, con un cajón de plástico, a realizar su compostaje casero.

“Pasé de hacerlo en un balcón a la forma actual, dentro del parque de la casa, en un cajón de madera donde se acercaron lombrices e insectos. Siempre lo hicimos de manera muy simple y, con cada experiencia, cada cambio aprendimos qué cosas funcionaban y que cosas no” contó.

El procedimiento es simple. “Solo es cuestión de disponer los residuos de la cocina, de cortar pasto, de poda, cuando los tenía. Pero con cuidado de no incluir lácteos, para no atraer roedores. Nunca incluí deposiciones de animales domésticos por que requieren de otras formas de compostaje para matar los gérmenes patógenos”.

Vanina aprovecha el resultado del compost en su huerta, en macetas y lo realiza como una actividad familiar que no lleva mucho tiempo.

“Es una cuestión de costumbre. Tenemos un "minicompost" que en realidad es solo un recipiente con tapa en la mesada donde vamos separando para mas practicidad y luego trasladamos al verdadero compostero” indicó.

En cuanto a las sensaciones de vivir este proceso, destacó que “se siente hermoso, tiene beneficios por donde se mire, contribuimos a la reducción del basural y creamos materia orgánica sumamente rica como abono para las plantas”.


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“Nos cambió el concepto de basura”

Paula conoció casi por casualidad la existencia de la posibilidad de realizar compostaje de forma casera y fue, al preguntarse a la mamá de de un compañerito de su hijo, como hacía para tener las plantas y árboles de su jardín tan lindas. “Tal vez sea porque hago compost y lo hecho en el jardín” le contestó María José, la persona en cuestión quién, junto a su hermana, desarrolló un compostero familiar que realizan a medida, según las necesidades y posibilidades de cada familia.

Fue hace unos cuatro años y, tras analizarlo en familia, Paula decidió comprar un “Sapo compostero”, como fue bautizado. “Me gustó estéticamente, un hexágono en chapa galvanizada, de colores, con dos puertitas y montado sobre unas patas de aluminio, muy cómodo, con manijas para poder rotarlo” indicó Paula.

Pero entendió que el recipiente no fue lo fundamental sino “cambiar nuestra idea de lo que es basura, aprender que lo que queda de lo que comemos no es basura, es un residuo orgánico que se puede transformar en tierra, que tiene y crea microorganismos, lombrices, hongos, vida. Ese fue el concepto más importante” destacó. Entonces, hoy “en casa tenemos dos tachos de basura, uno donde juntamos todo lo que es material seco, que es el que se lleva la municipalidad, el recuperable, otro en el que vamos poniendo lo que consideramos basura, restos de la barrida, pañales, pañuelos, cosas que tienen gérmenes, virus y que es el que menos producimos y un tercer tacho, con un colador encima, donde va todo lo orgánico, sea crudo o cocido, papel húmedo, servilletas, café, saquitos de té. Cada noche, eso lo depositamos en el compostero y tenemos la precaución de ir girándolo para que se vaya mezclando el contenido y se vaya produciendo el proceso”.

Paula reconoció que tras el primer mes de prueba, “casi renuncio, pensé que no era para nosotros. Tenía mal olor, producía mucho líquido, no sabíamos cómo seguir. Pero llamamos a la fabricante, vino varias veces y nos explicó que los residuos con que llenábamos el compostero generaban mucho hidrógeno, que necesitábamos incorporarle materia seca. Así, comenzamos a tener en casa una que otra bolsa de aserrín de madera no tratada, que vamos incorporando de vez en cuando. Podría ser restos de hojas secas o de poda, pero no tenemos”.

Después de eso, el proceso comenzó a fluir mejor y “ahora estamos muy contentos, es hermoso ver cómo esos residuos se convierten en tierra que dejamos en el jardín para rellenar un pozo que nos hace la perra o para completar alrededor de las plantas, nivelar, o en macetas”.

“El compostero se integró a nuestra vida cotidiana sin inconveniente, los chicos van viendo todo el proceso, que es muy creativo y ha cambiado un poco nuestra idea de lo que es el ambiente o la generación de basura” contó, señalando que el siguiente paso de la familia fue “dejar de consumir tantas bolsas, tanto plástico”.

“Nos fue cambiando la mirada y el comportamiento, tenemos conciencia de lo que generamos y qué hacer con ello” reflexionó.

“Obtener el lumbricompuesto es una delicia”

Marcos hace varios años que también comenzó a experimentar la tarea de hacer compost. En casa, tiene un cesto en el que van tirando los restos de vegetales y otros alimentos. “Cuidamos de no tirar ni grasas ni aceites ni restos cárnicos, aunque si servilletas de papel. Al tachito, que tendrá unos 10 litros de capacidad, lo tenemos cerca de la cocina. Ahí acopiamos, antes de volcar en el compostero, que preferentemente tendría que estar en algún rincón de la casa. Por ahora, yo lo tengo armado de manera provisoria, con pallets y lo ideal es ir alternando los restos, con capas de material seco (hojas, pasto, viruta)” contó. Según Marcos, “lo que dicen los que saben es que hay que mantener en una proporción de 30 % húmedo y 70 % seco, para que no haya olores indeseados. Yo solo tiro el material y dejo que el proceso –que dura entre 5 y 7 meses según la temperatura- se haga solo, pero se podría controlar la humedad”.

“Mientras se va realizando el compost, se generan líquidos lixiviados, que, colectados y mezclados con agua, pueden ser utilizados como fertilizante” apuntó.

El proceso puede acelerarse colocando lombrices californianas. Así el resultado final, es “lumbricompuesto, un valor agregado al compost”.

“Casi al mismo tiempo en el que estábamos empezando a hacer compost me regalaron lombrices californianas así que ya obtenía el lumbricompuesto. Es una delicia de textura, olor (a tierra mojada) y humedad” apuntó.

Para Marcos es un “sumo placer” observar como “ese supuesto desperdicio vuelve a transformarse en vida”.

Lo mejor para la huerta

Dante lleva siete años haciendo compost. Fue por una decisión de “cambiar hábitos de vivir el mundo, de tener una relación con él armoniosa” y preocuparse por los residuos fue “una forma de empezar a devolverle a la naturaleza todo lo que ella ofrece y de lo que la humanidad se nutre sin contraprestar. Ese punto es central en la decisión. Que mi paso por el mundo sea menos nocivo. A partir de eso, la naturaleza es sabia y te sigue devolviendo salud. Es un espiral que se retroalimenta”.

Primero, Dante comenzó con un pozo en la tierra. Luego con un cajón que armó con maderas recicladas de palets, posteriormente con un tanque de agua en desuso y, ahora, con un compostero comercial, que tiene en la salida hacia el patio de su casa, cerca de la cocina.

Dante es uno de los que le incorporó lombrices californianas. “Se reproducen increíblemente, no solo en el compost sino también en la huerta. Donde hagas un agujero hay lombrices” contó.

Para Dante, la única limitación a la hora de “alimentar el compostero” es “el residuo de origen animal, salvo la cáscara de huevo”.

Y como trabajo “extra” se ocupa de “ir compensando el ph. Si eché mucho ácido le agrego algo que le aporte alcalinidad. En Internet se encuentran las listas de las características de todos los residuos. La idea es neutralizar el ph con lo que uno agrega al compost”.

Con ayuda de Eloisa, su pequeña hija, aplica el resultado del compost en su huerta y macetas y riega con los lixiviados. “En un recipiente se recolectan los líquidos que genera el proceso, lo rebajo al 10% con agua y riego con eso. Sirve para fertilizar y para ahuyentar plagas”.

La experiencia, según Dante, no tiene comparaciones. “Vivir los resultados es el momento más lindo. Te alivia, al menos, la creencia de que algo estás aportando. En lo personal, los alimentos cultivados tienen mejor sabor, y son más nutritivos y sanos. Te puedo asegurar que los rendimientos son superiores a los alimentos producidos con fertilizantes químicos, en calidad y en cantidad”.

¿Qué otra cosa puedo hacer con esto?

Mariana comenzó a interiorizarse en el compostaje “cuando pude visualizar que la basura no desaparece, que construimos con ella un infierno muy cercano, en montañas por dónde camina gente, andan animales y nos envenenamos”.

Eso fue hace más de 10 años, cuando comenzó con unos cajones de verdura que iba llenando y apilando y entre los que las lombrices se trasladaban solas.

“Ahora con jardín más amplio, armamos unos laterales para contenerlo en madera, pero el compostero está en la tierra misma. Lo que obtenemos, lo vamos trasladando a las plantas del jardín y se les nota inmediatamente el cambio, se fortalecen y crecen más”.

Además ahora, Manuel, su hijo de 3 años, disfruta del “viaje” a llevar los residuos. “Tenemos un recipiente pequeño con tapa en la mesada de cocina que vamos llenando y según el día lo vaciamos dos o tres veces”.

En cuanto a las sensaciones de la experiencia, Mariana asegura que “se siente que acompañamos más a la naturaleza hermosa que nos rodea y de la que somos parte, que completamos ciclos. El compost alimenta al tomate que será nuestro alimento y volverá al compost y así... Para nosotros es fundamental intentar visualizar el basural que generamos, cada vez que vamos a tirar algo al tacho, como para filtrar antes pensando ¿qué otra cosa puedo hacer con esto?”.

Aporte a un cambio más grande

Juan se puso en contacto con la Permacultura y, entre los primeros cambios que incorporó a su rutina fue el de “ver a los residuos como algo de lo que tenía que hacerme cargo y, además, como un recurso”.

Hace unos 7 años empezó a compostar “todos mis residuos orgánicos”. Antes había hecho algunas experiencias pero sin continuidad.

En cuanto a la metodología, resaltó que “siempre trato de simplificar los diseños de todo y solo complejizarlos si hace falta. Mi compostero actual está sobre tierra, en un lugar del parque bajo una begonia, que le da sombra y mantiene la humedad. Son 2 o 3 cajones de frutería buenos, a los que le saque el fondo. Sin ninguna otra intervención. Las lombrices vinieron cuando se generó un ambiente en el que podían alimentarse”.

Juan también alimenta el proceso con los “orgánicos vegetales que genero en la cocina, incluso cascaras de huevo. No pongo restos de carnes para evitar roedores. A veces hojas o pasto también”.

Es un compromiso familiar, que realizan más allá de obtener “humus”. “No es el objetivo principal pero lo utilizamos para la huerta” apuntó.

“Se siente muy bien saber que podemos contribuir a generar tierra con muchos nutrientes, hacernos cargo de nuestros desperdicios y disminuir la necesidad de predios para basurales. Esto hace sentir que podes aportar tu granito de arena al cambio que querés ver en el mundo”.


Nota: Claudia Roldós

Fotos: Andrea Swidzinski

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