Desembarco en Mar Chiquita: Una Nave Tierra para los chicos
- ECOlógica
- 20 ago 2018
- 7 Min. de lectura
Actualizado: 23 ago 2018
Visitamos la primera escuela sustentable del país, un proyecto creado por integrantes de dos ONG y realizado por Michael Reynolds, creador de este modelo arquitectónico en conjunto con aproximadamente ciento cuarenta personas que trabajaron durante seis semanas. La innovación llega por primera vez a una escuela del estado y busca generar procesos de aprendizaje más alineados con el cuidado del medio ambiente.

Por primera vez llegó a nuestro país una nave tierra o earthship que es, a la vez, una escuela del estado (ya hace tiempo vienen construyéndose viviendas con estas características pero hasta ahora no había establecimientos educativos). Y cuando hablo de nave tierra, me refiero en primera instancia a una escuela sustentable, es decir, al sistema de construcción creado por Michael Reynolds que permite que una vivienda pueda autoabastecerse sin utilizar luz, gas, ni agua de las redes, y que además pueda reutilizar sus desechos y producir su propio alimento.
Cómo se realizan estas bioconstrucciones:
Diseño bioclimático: teniendo en cuenta la trayectoria del sol, la forma y orientación de la construcción hacia el norte permiten la proyección del mismo, a través de enormes ventanales de DVH sobre las paredes interiores. Así almacenando el calor que reciben los anchos muros en el invierno, funcionando como masa térmica. En el verano, la trayectoria del sol es más perpendicular a la tierra y la vegetación interior más espesa, por lo que no entra del mismo modo. Este es el primero de los seis principios fundamentales que el mismo Reynolds supervisó en la escuela de Mar chiquita. Por otra parte, hay aberturas superiores que permiten escapar el aire caliente cuando este se acumula y un sistema de tubos por debajo del terraplén que lo enfrían antes de ingresar por la parte sur. Todo esto sumado a la gran capacidad de aislación que posee el edificio permite mantener una temperatura agradable y constante tanto de día como de noche y en cualquier estación del año.
El sistema de recolección y reutilización de agua: una nave tierra debe de proveer su propia agua. Los techos poseen canales que acumulan el agua de lluvia, filtrándola en 10 tanques, con una capacidad de 2800 litros cada uno. Cuenta dentro de su propio sistema eléctrico, con la capacidad para bombearla con los métodos existentes convencionales. Parte de esta agua se potabiliza, así pudiendo ser bebida.
Las naves tierra también cuentan con separación de aguas grises y negras. Las aguas negras provenientes de los inodoros pasan por un sistema en el que son entregadas a la tierra de una forma totalmente aceptable para procesos naturales. El resto de las aguas que se utilizan, por ejemplo para lavar los platos o en las canillas de los baños (llamadas aguas grises) es reutilizada mediante un sistema de filtrados y sedimentación que pasa a lo largo del cantero de plantas interior repetidas veces hasta que queda limpia para poder volver a utilizarla. Por ello no se usa lavandina ni ningún otro producto químico que la contamine.
Materiales para la construcción: deben obtenerse de los recursos “naturales” de nuestra época. Esto incluye cualquier cosa que aparezca en el planeta en grandes cantidades y en muchas áreas. Cuanta menos energía sea requerida para convertir un objeto encontrado en un material de construcción utilizable, mejor. En este caso se utilizaron 30 toneladas de basura y neumáticos.
Se utilizaron grandes cantidades de cemento, lo cual no es lo ideal por su alto impacto medioambiental y características. Esto justificado por el corto período de tiempo que llevó la realización del proyecto y por el aspecto logístico. El barro podría haber sido el reemplazo ideal y aún más eficiente, aunque la demanda de tiempo hubiese sido mucho mayor, lo que imposibilitó su uso.
La producción de alimentos orgánicos: cierta cantidad del espacio de la nave tierra está destinado a plantas. Hay dos huertas orgánicas, una de las cuales está dentro y contribuye a la regulación de la temperatura además de brindar la producción de alimentos a lo largo de todo el año, protegida de las temperaturas extremas.
Electricidad con energía solar y eólica: a través de un sistema de paneles solares y baterías suministra suficiente energía eléctrica para iluminarse a sí misma y hacer funcionar varios electrodomésticos. Se puede contar con varias fuentes de energía incluyendo la red de Internet y aun así logra un excedente.

El impacto de la llegada de esta escuela sustentable en el sistema educativo de nuestro país:
Con sólo mirar la escuela nos dan ganas de volver a estudiar o de mandar a nuestros hijos a este establecimiento innovador que está en armonía con la naturaleza del lugar, con patio abierto y juegos hechos a mano.
Por eso cuando hablo de nave tierra no me refiero sólo al nombre que suele darse a este modelo de construcción, sino a lo que representa para la Argentina un establecimiento educativo de estas características. Formamos parte de una cultura cuyas escuelas son coherentes con los hábitos que reproducimos desde hace años en nuestra vida cotidiana: vivir en piloto automático, mantenernos muchas veces alejados del contacto con el medio ambiente que nos rodea, sostener la educación sin presupuesto que se destine a mantener los edificios educativos, utilizar sistemas de calefacción y electricidad ineficientes que continúan funcionando casi por inercia, aulas sin iluminación, y docentes y alumnos que hace tiempo “naturalizaron” el hecho de vivir sus procesos de aprendizaje en esos lugares.
Pero… ¿Cuánto se puede aprender en ese contexto? ¿Qué mensaje transmitimos a los chicos cuando estudian en escuelas tan descuidadas? ¿Qué sienten los docentes cuando entran a un aula que está en las peores condiciones?
Las preguntas son incontables… Sin embargo, en medio de este contexto con el que convivimos todos los días, llegó la nave tierra. Llegó una nave que viene de otro lugar, con otras ideas, y viene a decirnos “podemos hacer algo diferente”. Y esa nave no vino con extraterrestres, sino con seres humanos como nosotros. Llegó con un grupo de personas que contra todos los pronósticos pensaron en edificar la primera escuela sustentable de nuestro país, una que utiliza energías alternativas, que está construida con materiales reutilizados, que se sostiene en coherencia con el medio en el que fue construida, que posee techos verdes, que permite reutilizar el agua varias veces, que permite producir alimentos orgánicos porque tiene su propia huerta, que es agradable porque posee luz natural, entre otras tantas cosas. Tal como sucede cada vez con más frecuencia, las personas que están a cargo de este proyecto no trabajan para el estado sino que pertenecen a dos organizaciones no gubernamentales (una uruguaya y una argentina) y en conjunto con Michael Reynolds cumplieron este sueño para los alumnos de una escuela rural de Mar Chiquita y los hicieron partícipes desde el primer momento llevándolos a ver la obra una vez por semana para que pudieran apropiarse del lugar antes de comenzar a usarlo.
Además, quienes ayudaron a construirla viajaron especialmente para capacitarse mientras levantaban el edificio de manera que hubo cerca de 140 personas que se quedaron durante seis semanas en el lugar para cumplir con el compromiso de tenerla lista en 45 días.
Treinta chicos de una escuela rural hoy disfrutan de un establecimiento sin precedentes que les permite aprender a vivir de otra manera, y ya hay treinta más que ampliaron la matrícula dado que muchos papás inscribieron a sus hijos, e incluso algunos se mudaron para poder enviar a sus hijos allí.
Pero esa es una parte de la historia. La otra es que estas dos organizaciones no gubernamentales buscaron apoyo económico de empresas privadas para regalarle una escuela al estado, porque… sabían que era en vano esperar que el mismo sistema que no invierte en mantener los establecimientos en condiciones les aporte dinero para crear algo nuevo. Tres empresas aportaron el capital necesario para llevar adelante el proyecto, y a cambio tan sólo de una publicidad muy acotada cuyos límites fueron establecidos por las ONG. Este grupo de personas lideraron, porque un líder es el que hace que suceda, el que sale a buscar las oportunidades y cumple sus objetivos, el que deja de lado las excusas y se enfoca en abrir posibilidades.
Ésta es una escuela que vuelve a mirar al sol, que vuelve a mirar a la lluvia, que vuelve a estar en contacto con la tierra, que permite a los chicos disfrutar de una vida mas ecológica y trasmitir ese aprendizaje a sus padres cuando vuelven a casa. Porque esa es la gran paradoja, que aquellos que son más permeables a tomar hábitos saludables de alimentación y relación con el medio ambiente, puedan llevar ese mensaje a los adultos, a quienes muchas veces nos cuesta recordar de dónde venimos.
Si toda esta historia te parece poco, luego de terminada la escuela dos representantes de las ONG se quedan durante un año habitándola para enseñar a los docentes y a los futuros encargados del lugar cómo mantenerla.

La mirada hacia el futuro:
La nave tierra sorprende y entusiasma a los cientos de papás que van a visitarla los fines de semana, y cada vez se hace más evidente el sueño de que existan más escuelas como esta. La próxima será en Chile y la idea es que haya una en cada país de América Latina.
Por eso este establecimiento innovador simboliza una nueva esperanza, una semilla que nos permite sembrar una nueva forma de vida mucho más respetuosa con el medio ambiente y más alineada con la supervivencia del planeta. Los chicos son el futuro y son además nuestros maestros porque nos muestran que podemos aprender rápidamente nuevos hábitos mas saludables y ecológicos.
El contraste con el sistema educativo actual es grande, pero una semilla puede dar sus frutos y una acción concreta vale más que mil palabras. Los chicos que van a esa escuela ya están cosechando, y lo hacen cada día cuando aprenden a cuidar las plantas de la huerta, cuando conviven con la naturaleza y asimilan como forma de vida nuevos hábitos sustentables.
Nota: Laura Mariela Franco
Fotos: Martín Salerno, Ricardo Tamalet

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